MADRES
¿Se
olvidará la mujer de lo que dio a luz…? Aunque olvide ella, yo nunca me
olvidaré de ti.
Isaías
49:15
Ana Jarvis, joven cristiana, sufrió un
terrible y casi insoportable trauma con el fallecimiento prematuro de su
querida madre. Al verla afligida por la pérdida irreparable, sus amigas que
compartían con ella el mismo ideal cristiano decidieron hacer algo con el
objeto de atenuar su inmenso dolor. Organizaron un programa especial en la
iglesia, en homenaje a su llorada madre. Pero antes consultaron a Ana, para
saber si aceptaría tal homenaje. Ana acepto con la condición de que el homenaje
se extendiera a todas las madres, muertas y vivas.
Sus amigas aceptaron la idea y el homenaje
se realizó en un programa simple e íntimo. Al año siguiente, ante los buenos
resultado obtenidos en el primer programa fue rendido un nuevo homenaje a las
madres. La idea fue copiada por otras iglesias. Y finalmente el 10 de mayo del
1913 el Congreso Norteamericano aprobó una ley consagrando el segundo domingo
de mayo como Día de las Madres (fecha adoptada por algunos países; en otros se
celebra en octubre).
¡Cuán justo es este homenaje! Cuando el
profeta Isaías trató de definir el amor de Dios y su desvelo y cuidado para con
los seres que él creó, solo encontró una analogía: el amor de las madres. Dice
el señor a través del profeta: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio
a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella,
yo nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de las manos te tengo
esculpida” (Isa. 49:15, 16).
Aunque fallara el inmenso amor de madre,
lo que tan raramente ocurre, jamás fallaría el amor de Dios, “que
excede a todo entendimiento”.
Escribió Humberto Senna: “¡Madre!
¡Cuánta bondad y grandeza encierra tu nombre! ¡Sublime! ¡Majestuoso! ¡Virtuoso
y casto! Pensé en donarte un poema pero es tan extenso tu merito que, por más
que quisiera, no podría definirlo. Siempre pensando en ti, veo en mi mano tu
sagrada M., y con ella la comprensión de tu poderoso amor”.
El extraordinario amor de madre nos ayuda a comprender pálidamente la elocuente
expresión del profeta al describir el amor de Dios por nosotros: “En
las palmas de las manos te tengo esculpida”.
Tomado de;
Oliveira Enoch. Lecturas Matinales para
Adultos, Buenos días Señor!
1990.
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