Mansiones en la Tierra
Por Gladys M. Santiago-Tosado
“Yo quiero tener una
mansión, yo quiero vivir en una mansión.” Estas son las palabras de una mujer que sonaron como
una explosión como si en ese mismo instante se hubiese estrellado un meteorito
grande en la tierra. La persona que me contó la historia me dijo: “¡Yo me
quedé perpleja, estupefacta! Nadie estaba hablando de bienes materiales y de
repente ella sale gritando con esa exclamación, justo cuando ella había acabado
de estudiar la palabra de Dios.” También me dijo: “Mi perplejidad se
debió a dos hechos particulares: esa mujer y su marido viven del seguro social por
incapacidad y ella clama ser fiel seguidora de Jesús.” Yo le respondo a la
persona, “lo cierto es que sus palabras estaban completamente desalineadas
con el Verbo. ¡Cuán dañino es el evangelio de la prosperidad!”
Me dice la persona que esa
es una familia que vive del seguro social, tienen alimentos gracias a los cupones,
y tienen un techo donde vivir gracias al programa de Sección 8. Yo le digo, “no
hay nada malo ser participante de esos programas cuando hay una razón válida
para cualificar. La existencia de dichos programas es necesaria para ayudar a
los desventajados, por lo cual me siento a gusto cuando pago las contribuciones
federales cada año, pues sé que una porción del dinero que gano con el sudor de
mi frente es para ayudar a los necesitados.”
Me responde la persona, “el
meollo del asunto es la brecha que hay entre la realidad y la fantasía en la mente
de esa mujer cristiana. Esa mujer nunca va a vivir en una mansión estando
casada con su esposo actual, a menos que se divorcie, o que su esposo se muera,
y que entonces ella conozca a un millonario y termine viviendo en la mansión de
él. Ella jamás va a poder vivir en una mansión por sus propios ingresos, pues a
dicha mujer no le gusta trabajar, y por otro lado, si fuese a trabajar, sus
ingresos no serían tan altos como para financiar una mansión con el único sudor
de su frente. ¿Por qué ese deseo de vivir en una mansión terrenal? Y esa mujer
no ha sido la única que se ha expresado de dicha manera, son muchas, pero
muchas.” Y así la persona siguió hablándome
sobre la situación particular de dicha familia y las muchas más que miran lo
terrenal y evalúan y juzgan sus propias vidas y la vida de otros de acuerdo con
las posesiones económicas, lo que es un valor puramente mundano.
Jesús les dijo a sus discípulos en Mateo 19:23-24: “—Les
aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Les repito que es más fácil para un camello pasar por el ojo de una
aguja, que para un rico entrar en el reino de Dios.” Dice en el verso 25 que los discípulos se asombraron.
Esta exclamación de Jesús fue resultado de su encuentro con el joven rico, lo
que se relata en ese pasaje bíblico del verso 16 al 22 del mismo capítulo. Ese
joven cumplía con todos los mandamientos al pie de la letra. Pero cuando Jesús
le dijo que le faltaba una sola cosa y eso era desprenderse de todos sus bienes
materiales, el joven se fue triste, porque no estaba dispuesto a cambiar el
amor intenso y profundo que tenía al dinero en su corazón. “Una cosa es con
violín y otra con guitarra,” como dice el dicho popular.
¿En dónde se pone la mirada, en la mansión terrenal o en la mansión
celestial? Jesús fue claro al decir que no puedes amar a Dios y al dinero al
mismo tiempo. ¿Qué sentido tiene para una mujer cristiana desear vivir en una
mansión aquí en la tierra? ¿Qué sentido tiene desear guiar un Mercedes Benz o
un BMW? ¿Qué sentido tiene tener la casa decorada con tanto lujo y decoraciones
tipo revista Architectural Digest? ¿Se sienten más valiosas y autorrealizadas
las mujeres que tienen esas cosas? ¿Y qué tal cuando se cruzan líneas y se
desprecia a las mujeres que no pueden tener esas cosas o que no les interesa
tener esas cosas, aunque pudieran tenerlas? ¿Acaso el tener bienes materiales
hace a una persona ser más cristiana que otros o estar más cerca de Dios? Si se
piensa y se actúa de esa manera, pensando que esos pensamientos y conductas están
alineadas a la palabra de Dios, pue eso es ser anatema.
En 1 de Timoteo 6:10 dice, “En cambio, los que quieren hacerse ricos caen en la tentación como en
una trampa, y se ven asaltados por muchos deseos insensatos y perjudiciales,
que hunden a los hombres en la ruina y la condenación. Porque el amor al dinero es raíz de toda clase de males; y hay
quienes, por codicia, se han desviado de la fe y se han causado terribles
sufrimientos.” ¿Cuántas relaciones quedan tronchadas
por valorar a las personas por lo que se tiene y no por lo que son en Cristo Jesús?
El comentario de esa mujer de que ella quería vivir en una mansión viene
de una mujer que está todavía en el mundo, como se dice de las personas que no
han dado el paso completo de entregarse en espíritu y verdad a Dios y dejar de
poner la mirada en los bienes materiales, en este caso, como Jesús le pidió al
joven rico. Esa mujer entendía que ella era cristiana, pues oraba y cantaba, y
hablaba de Jesús, pero realmente no había nacido de nuevo. Nacer de nuevo es
dejar de amar las cosas del mundo y sus valores y enfocar la mirada en Dios y
su reino. En Colosenses 3:1-4 dice que la meta del cristiano es buscar las
cosas del cielo: “Por lo tanto, ya que ustedes han sido resucitados con Cristo, busquen
las cosas del cielo, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Pues ustedes murieron, y Dios les tiene reservado el vivir con
Cristo. Cristo mismo es la vida de ustedes. Cuando
él aparezca, ustedes también aparecerán con él llenos de gloria.”
En mi conversación con la persona, ella me dice: “Ese día yo vi una mujer
con un rostro triste y frustrado. Esa mujer no sabía, no entendía que ella no
necesitaba vivir en una mansión terrenal para ser feliz. Muchas veces le hablamos
del asunto, pero todavía sigue enfocada en las cosas del mundo.” Yo le dije,
“cuando ponemos demasiada atención al valor del dinero, nuestra autoestima
se afecta, pensamos que no valemos nada al no vivir en la mansión, al no guiar
el Audi o el Maserati, al no vestir de boutique, al no usar prendas de oro, al
no tener nuestras casas decoradas según la moda, y así sucesivamente.”
Muchas mujeres y hombres se endeudan para tener un estilo de vida
material de acuerdo con los valores del mundo y después dicen que Dios los
bendijo, ¡mentiras del enemigo! Se comportan como el rico insensato (Lucas 12:13-21).
Dice la palabra en ese pasaje, “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque
la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (verso
15). No hay problema si posees bienes, el problema es poner tu mirada en esos
bienes, despreciando al que no los tiene y creyéndote que eres superior a los demás.
El problema es valorar tu autoestima según los bienes que posees, ya sean
muchos o pocos. El que tiene mucho, se cree superior; el que tiene poco, se
cree inferior, ambos se pierden en el mundo. Nuestra autoestima es completa e íntegra
porque somos hijos de Dios y Dios nos ama. El amor de Dios es la fortaleza de
nuestra valía personal. Somos ricos cuando tenemos la presencia de Dios en
nuestra vida y cuando bajo la unción del Espíritu Santo podemos caminar en rectitud,
decencia, y servicio. Somos espiritualmente ricos cuando damos la mano al prójimo
cuando tiene necesidad.
En Lucas 22:20-21 dice, “Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen
a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace
para sí tesoro, y no es rico para con Dios.” El rico insensato construyó
unos graneros bien grandes para almacenar los tantos frutos y bienes que tenía.
La palabra de Dios en ese pasaje nos dice que cuando morimos no nos vamos a
llevar nada con nosotros. Dios nos advierte que para entrar en su mansión celestial
hay un requisito “sine qua non,” y este es generar riqueza espiritual en
nuestra vida terrenal. Jesús lo aclaró muchas veces. Entonces, ¿por qué tanta
insensatez? Insensatez es falta de sentido y de razón. Lamentablemente, como
mujeres idóneas del Reino, le fallamos a Dios cuando de forma insensata ponemos
nuestra mirada en los bienes materiales y no construimos riquezas con nuestro
Dios. La mujer idónea de nuestros tiempos es una mujer que pone su mirada en Dios,
siendo discípula ejemplar de Jesús.
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