Jesús Honra a la Mujer (Parte I)
Si proclamamos que Jesús vino a romper cadenas, pues ya es hora de romper con el desprecio, la opresión, y la relegación de la mujer dentro de la Iglesia de Cristo porque Dios no hace acepción de personas por su naturaleza femenina o masculina.
Jesús vino a romper con dogmas establecidos que hacían acepción de personas, como lo fue el caso de la relación entre judíos y samaritanos. El mandamiento de amar al prójimo no era amarse entre los judíos nada más, sino amar al prójimo ya fuese hombre o mujer y de cualquier etnia. Siempre me ha fascinado leer el pasaje bíblico sobre la interacción entre Jesús y la mujer samaritana. A mi entender, esta es una de las enseñanzas bíblicas más contundentes sobre la inclusión de mujeres y extranjeros en la fe judeocristiana. En ese pasaje, vemos a Jesús incluyendo a la mujer y a la extranjera en su Reino como portadora de las buenas nuevas de salvación.
Dice en Juan 4, que a Jesús le fue necesario pasar por Samaria para ir a Galilea. Iba caminando por la ciudad de Sicar y se sentó en el pozo de Jacob, quien lo había dado en heredad a su hijo José. Dice que Jesús estaba extenuado y sediento de tanto caminar. Mientras sus discípulos iban a comprar algo de comer, Jesús se quedó sentado en el pozo. Llegó una mujer samaritana a sacar agua del pozo y ahí tuvo su encuentro con Jesús. De hecho, cuando los discípulos regresaron y vieron que Jesús hablaba con una mujer, dice en el pasaje bíblico que ellos “se maravillaron de que hablaba con una mujer (Juan 4:27).” Uno se maravilla cuando ve algo que no es común, pues tampoco era común que los hombres estuvieran hablando con mujeres desconocidas. En ese pasaje vemos a Jesús rompiendo dogmas con una mujer, fuera del pueblo de Israel, de una raza que era despreciada por los judíos, la cual fue instrumento para llevar las buenas nuevas de que el Mesías había llegado. Jesús no tuvo acepción de género ni de raza, ni dijo, “no voy a hablar con esa mujer samaritana, adúltera, es pecadora, ella no es digna de que le hable, pues yo soy el Hijo de Dios y no me puedo bajar a su nivel.” Al contrario, Jesús le otorgó atención y dignidad, a lo cual la misma mujer se sorprendió cuando le dijo, “¿Cómo tu siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí.” (Juan 4:9). Jesús no escatimó en darle de beber a la mujer samaritana el agua que da vida, por la cual ella jamás tendría más sed, y que le garantizaría la vida eterna (verso 14). Jesús tampoco se opuso a que ella fuera a llevar las buenas nuevas a su pueblo. Ustedes se imaginan a Jesús diciéndole a la samaritana, “te doy el agua de vida, pero lamentablemente no puedes llevar las buenas nuevas a tu pueblo porque eres mujer, y eres débil, pecadora, sin inteligencia, no puedes predicar, ni mucho menos a los hombres.” Al contrario, Jesús le otorgó dignidad a la mujer samaritana al darle de beber el agua de vida para su salvación y permitirle compartir las buenas nuevas con su pueblo. Jesús le dio la palabra de que había llegado el momento de adorar a Dios en espíritu y verdad. Y esto no iba a seguir ocurriendo en un lugar físico, o sea ni en Jerusalén para los judíos ni en Gerizim para los samaritanos. Ya no iban a ver divisiones entre judíos ni samaritanos ni entre todas las naciones. Ya no iban a ver divisiones entre hombres ni mujeres como trabajadores del Reino.
Jesús le declaró a la mujer samaritana que Él era el Mesías esperado, del cual ella había oído hablar. Jesús les dijo a sus discípulos, cuando estos le ofrecían comida: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra. (Juan 4:34)” Y eso incluía romper doctrinas humanas para poder llevar el evangelio a todas las naciones y que tanto mujeres como hombres fueran portavoces de él.
La samaritana fue a su pueblo con prisa, no lo pensó dos veces, y les dijo a los hombres y mujeres de su pueblo que había conocido al Cristo, al Mesías. Dice en Juan 4:39, “y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en El [Jesús] por la palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo que he hecho.” Los samaritanos conocían a la mujer, conocían su historia. Ellos sabían de su mala reputación. Ahora, algo hermoso tuvieron que haber visto en ella, algo que les pareció digno de creer en ella. Alguna transformación vio el pueblo en ella para tomarle la palabra por buena y cierta, como para salir corriendo al encuentro con Jesús. Esa transformación fue el gancho para que ellos decidieran ir a conocer al Mesías cara a cara. Dice en Juan 4:39 que “muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en El [Jesús] por la palabra de la mujer [samaritana], que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo que he hecho.” Luego en los versículos 40–42 dice, que “creyeron muchos más por la palabra de Él, y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo, el Cristo.” ¿Acaso no es así como muchos llegamos a Cristo, porque escuchamos una prédica de una mujer samaritana, esa palabra la creemos, luego nos convertimos, aceptamos a Jesús como nuestro Salvador, y a base de las experiencias personales que tenemos con Jesús, no solamente creemos por la palabra que la mujer samaritana nos dio sino también a base de nuestra relación personal con Jesús y lo que directamente Él nos habla a nosotros?
La palabra de Dios dice en Génesis 1:27: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó.” Dios nos creó a ambos con las mismas características, habilidades, e inteligencia, incluyendo la más esencial, que somos creados a imagen y semejanza de Dios. Luego más adelante, en el mismo libro de Génesis, Dios nos revela más detalles de la creación del hombre y la mujer. En Génesis 2:18, nos dice: “Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.”
Para reiterar la palabra de Dios, dice en Génesis que Dios dijo que “no es bueno que el hombre esté solo,” y por eso creó a la mujer, para que ella fuera su “ayuda idónea.” Dios creó al hombre y la mujer para que estuvieran juntos y fueran el uno para el otro, como decimos en lenguaje coloquial. ¿Por qué Dios dijo “ayuda idónea?” Dios no dijo, por ejemplo, que creó la mujer para ser esclava, sierva, ayuda inferior, o ayuda inapropiada para el hombre. Dios dijo que creó a la mujer para ser “ayuda idónea.” ¿Qué es una ayuda idónea? Y me quiero fijar en el término idónea. Cuando busco la definición en el diccionario, idóneo significa “apto, apropiado, adecuado, conveniente, y oportuno.” Cuando busco sinónimos de la palabra idónea para tener mayor entendimiento de su significado, encuentro los siguientes términos, “ideal, competente, dispuesto, suficiente.” Cuando busco el antónimo de la palabra idónea para tener otra referencia de su significado y ampliar mi entendimiento de la palabra “idónea,” encuentro los siguientes antónimos, “ineptitud, incapacidad, incompetencia.” O sea, Dios nos dice en su palabra que creó a la mujer a su imagen y semejanza para que fuera ayuda ideal, competente, dispuesta, suficiente, apta, y capaz para señorear la Tierra mano a mano con el hombre. Dice en Génesis 1:28, “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.” Dios habla en forma plural pues se refería al hombre y la mujer y los bendijo a ambos por igual. Dios reconoció a ambos como creación a imagen y semejanza a Él y con las mismas capacidades. El mismo hombre la reconoció igual a él, llamándola Varona, porque salió del Varón.
Cuando proclamamos que la creación de Dios es perfecta, entonces, no cabe en nuestra mente pensar que Dios hizo la mujer como un ser imperfecto e inferior, sin la misma capacidad del hombre. Decir esto es blasfemar ante la palabra de Dios que claramente nos dice en Génesis que Dios hizo al hombre y la mujer a su imagen y semejanza, y uno de los atributos que Dios les dio al hombre y la mujer fue el de ser capaces: ambos fueron hechos capaces para cuidar la creación de Dios. En Génesis 1:31 dice que “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera.” Dios reflexionó sobre todo lo que había creado en 6 días, que incluía la creación del hombre y la mujer. Dios se regocijó con la creación del hombre y la mujer y lo identificó “bueno en gran manera.” Dios depositó su confianza tanto en el hombre como en la mujer para cuidar de su creación porque a ambos los creó con la capacidad para llevar a cabo dicha misión. En mi capacidad minúscula como ser humano en comparación con mi Creador, Yahweh, no me cabe pensar que Dios me va a confiar el cuidado de su creación si no me da la capacidad para hacerlo. Y quiero aclarar que digo capacidad minúscula como ser humano, no como mujer, porque estoy comparando mi capacidad de ser humano con la de Dios. En fin, la creación de la mujer fue “buena en gran manera.”
Dr. Gladys M. Santiago Tosado
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