La Gran Comisión
Por Dra. Gladys M. Santiago
Recientemente estuve participando en un grupo de
mujeres donde se me había asignado el versículo 19 del capítulo 28 del
Evangelio de Mateo:
“Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis
discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.”
Tres cosas me vinieron a la mente: que la salvación es para toda la humanidad; que el proceso del
bautismo es el primer requisito para hacer discípulos de Cristo; y que la Gran Comisión es un mandato, no es opcional. O sea,
que ser discípulos de Cristo requiere acción continua, consistente, y
persistente. No se puede estar de brazos cruzados o ser meramente espectadores.
No se puede dar excusas para evitar o sabotear, de manera consciente o
inconsciente, el trabajo de la Gran Comisión.
La salvación es para toda la humanidad-
La venida de Jesús estableció un nuevo pacto donde el pueblo de Dios ya
no se iba a dar a conocer por ser de una sola raza o nación, esto es, judíos
solamente. Al contrario, según lo dijo el mismo Jesús en Lucas 22:20, el nuevo
pacto se pone en acción cuando reconocemos que Él es nuestro salvador por medio
de su sacrificio en la cruz. Todo el que acepte a Jesús y se convierta en su
discípulo, esa persona pertenece al pueblo de Dios. En Jesús se cumplió una
promesa de salvación para toda la humanidad, que incluye todas las razas y etnias.
El plan de Dios desde la creación era de que todo hombre y mujer lo conocieran
y lo glorificaran. A través del pueblo judío, Dios fue preparando su camino
para darse a conocer a toda la humanidad. Por eso, cuando Jesús vino, vemos
como Él mismo fue rompiendo barreras étnicas y el concepto de una sola nación
bajo el nuevo pacto. Jesús no solo habló, sino que lo demostró. En los
evangelios vemos muchos ejemplos de cómo Jesús interactuó con personas de otras
naciones y razas. Lo vemos con la mujer samaritana en Juan 4:1-42. Jesús le
llevó las buenas nuevas a una mujer de una raza despreciada. No sólo eso, esa
mujer le llevó las buenas nuevas a su pueblo, y Jesús no se lo prohibió por ser
mujer y samaritana. También lo vemos con la mujer siro-fenicia en Mateo
15:21-28. Jesús sanó a su hija que estaba endemoniada, y con estas palabras respondió
a su ruego, “Oh mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas.” Jesús también sanó al siervo del centurión
romano como se puede leer en Mateo 8:5-13. Las palabras del centurión están grabadas
en la memoria de muchos: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, más
solamente di la palabra y mi criado quedará sano.” Dice en la Escrituras
que Jesús se maravilló y dijo, “En verdad os digo que en Israel no he
hallado en nadie una fe tan grande.” Jesús les advirtió a muchos judíos incrédulos
que ellos morirían por sus pecados y no tendrían morada con Él y el Padre. Esto
lo dice en Juan 8:21-30, “por eso os dije que moriréis en vuestros pecados;
porque si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados.” Jesús certifica
que la salvación es para todo el que crea en Él y que todo el que lo siga
pertenece al pueblo de Dios.
Otro pasaje donde vemos que nuevamente donde se certifica esa comisión
de llevar el evangelio a todas las naciones está en Hechos 10:9-16, en la
visión de Pedro, que él no entendió hasta que fue a la casa de Cornelio, el
centurión romano. Dice en Hechos 10:34: “Pedro entonces comenzó a hablar, y
dijo:—Ahora entiendo que de veras Dios no hace diferencia entre una persona y
otra, sino que
en cualquier nación acepta a los que lo reverencian y hacen lo bueno.” Luego más
adelante dice en Hechos 10: 44-48: “Todavía
estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo vino sobre todos los que
escuchaban su mensaje. Y los creyentes
procedentes del judaísmo que habían llegado con Pedro, se quedaron admirados de
que el Espíritu Santo fuera dado también a los que no eran judíos, pues los oían hablar en lenguas extrañas y alabar a Dios. Entonces Pedro dijo:—¿Acaso puede impedirse que sean bautizadas
estas personas, que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros? Y mandó
que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo.”
El bautismo –
El bautismo en agua es un acto de arrepentimiento,
confesar los pecados y arrepentirse, y comprometerse a dejar de pecar. Esto es
un acto que requiere sinceridad, honestidad, y entrega total. Es un acto que se
hace con los ojos cerrados, como decimos de manera coloquial. No se piensa, no se
regodea, uno se tira de pecho sin titubear ni dudar. Uno se rinde y se entrega
de corazón a Dios sin juegos ni egos intelectuales. Cuando Juan el Bautista vio
a muchos fariseos y saduceos que venían a bautizarse, pero que no lo hacían de
corazón, él les dijo: “«¡Raza de víboras! ¿Quién les ha dicho a ustedes que van a librarse del
terrible castigo que se acerca? Pórtense de tal modo que se vea claramente que se
han vuelto al Señor…” (Mateo 3:7-9). No hay
pretensiones, tiene que haber un arrepentimiento sincero.
Y vemos a Jesús dando el ejemplo, aunque Él no tenía pecado, pero nos
dio el ejemplo como se cuenta en Mateo 3:13-17. Juan El Bautista no quería
bautizarlo pues ciertamente él entendía que Jesús era limpio de pecado. Sin embargo,
Jesús dio testimonio de que el bautismo es el primer paso para convertirnos en
sus discípulos. Dice en Mateo: “Jesús fue de Galilea al río Jordán, donde
estaba Juan, para que éste lo bautizara. Al principio Juan quería
impedírselo, y le dijo:—Yo debería ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Jesús
le contestó:—Déjalo así por ahora, pues es conveniente que cumplamos todo lo
que es justo ante Dios. Entonces Juan consintió. En cuanto Jesús fue
bautizado y salió del agua, el cielo se le abrió y vio que el Espíritu de Dios
bajaba sobre él como una paloma. Se oyó entonces
una voz del cielo, que decía: «Éste es mi Hijo amado, a quien he elegido.»” Después de Jesús ser bautizado, se fue al desierto
donde ayunó por 40 días, se preparó espiritualmente, y luego
comienza su ministerio.
La Gran Comisión -
El asunto de ser discípulos de Jesús va más allá de
confesar los pecados, de evitar el pecado, y de participar en la congregación. Hay
un mandato para todos. Jesús mismo dio el ejemplo al caminar por todo Israel,
incluyendo Samaria, enseñando a los discípulos como llevar las buenas nuevas en
el monte, en la sinagoga, y por donde quiera que anduviera. No sólo les enseñó y se lo demostró, sino que
también los envió a hacer lo mismo durante su ministerio. Lo vemos en Lucas
10:1-20, con el relato del envío de los 72 discípulos: “Después de esto, el Señor escogió también a otros setenta y dos, y los
mandó de dos en dos delante de él, a todos los pueblos y lugares a donde tenía
que ir.” Se cuenta que los 72 discípulos regresaron
regocijados por las obras que hicieron en el nombre del Señor. Dice en Lucas
10: “Los setenta y dos regresaron muy
contentos, diciendo:—¡Señor, hasta los demonios nos obedecen en tu nombre! Jesús
les dijo:—Sí, pues yo vi que Satanás caía del cielo como un rayo. Yo les he dado poder a ustedes para caminar sobre serpientes y
alacranes, y para vencer toda la fuerza del enemigo, sin sufrir ningún daño. Pero no se alegren de que los espíritus los obedezcan, sino de que
sus nombres ya están escritos en el cielo.”
Un discípulo
es una persona activa, que luego de ser bautizada, se entrena y luego sale a
llevar el evangelio. Un discípulo aspira a ser como su maestro, sobre todo a
poner en práctica lo que se le enseñó. Jesús fue un maestro que no sólo enseñó,
sino que demostró como la lección se ponía en práctica. Jesús envió a los discípulos
a una especie de internado/práctica, como se le llama a nivel universitario,
cuando los discípulos habían terminado “los cursos de su concentración.” Esto
es muestra fehaciente de que la Gran Comisión no es opcional, sino que es un
mandato “sine qua non” para todo el seguidor de Cristo. Jesús no descansó, sino
que estuvo en movimiento, caminando por todos lados. Entonces, ¿por qué tantas excusas
entre el pueblo de Dios para moverse y cumplir con la Gran Comisión? La única manera
de demostrar ser seguidores fieles y discípulos reales de Cristo es siendo partícipes
de la Gran Comisión, que se puede llevar a cabo de muchas maneras. En Mateo
9:27-38 Jesús mismo hace la advertencia de que son pocos los que entenderán y
llevarán a cabo el mandato: “Jesús recorría todos los pueblos y aldeas,
enseñando en las sinagogas de cada lugar. Anunciaba la buena noticia del reino,
y curaba toda clase de enfermedades y dolencias. Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban
cansados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Dijo entonces a sus discípulos:—Ciertamente la cosecha es mucha,
pero los trabajadores son pocos. Por eso,
pidan ustedes al Dueño de la cosecha que mande trabajadores a recogerla.” Jesús mismo reconoció que encontrar discípulos
dispuestos a cumplir la Gran Comisión iba a ser cuesta arriba.
Hay una Gran Comisión de llevar el evangelio que data de 2022 años
atrás. Me gustó mucho en la película de Luis Palau como la mamá le dice que él
no tenía que esperar que Dios le hablara personalmente a él, sino que ya el
Señor había dado la orden en la Escrituras. Eso de que tengo que esperar a que
Dios me lo diga personalmente no aplica; YA SE DIO LA ORDEN: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis
discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.”
¿Acaso hay una recompensa? Sí, la hay: “Pero no se
alegren de que los espíritus los obedezcan, sino de que sus nombres ya están
escritos en el cielo.” (Lucas
10:20). Eso lo prometió Jesús a los discípulos.
Mujer de
Dios, no esperes más, no te regodees, no des excusas, sal ya a llevar las
buenas nuevas de la salvación.
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